Años
No lucho contra la edad. El correr ha ganado para mí esta batalla. El correr es mi fuente de juventud, mi elixir de vida. Me mantendré eternamente joven. Cuando corro sé que no hay por qué volverse viejo. Sé que mi correr, mi juego conquistará el tiempo. Y allí, en las carreteras puedo perseguir mi perfección durante el resto de mis días, y finalmente, como la esposa de Kazantzakis dijo de su marido, muerto a los setenta y cuatro años, ser segado en la primer flor de mi juventud. No lucho, pues, contra la edad; lucho contra el fastidio, contra la rutina, contra el peligro de no vivir en absoluto. Sin esta lucha, la vida se detendría, el perfeccionamiento cesaría, el aprender finalizaría. Ya no llegaría a ser quien soy. Empezaría a matar el tiempo y a vivir sin pensar y sin propósito alguno. Cuanto constituye la felicidad, todo lo que es entusiasmo, cuanto pudiera conocer de alegría y placer se evaporarían. La vida se reduciría a una lenta sucesión de días semana y meses. El tiempo se convertiría en un enemigo en vez de ser un aliado. Cuando corro, evito todo esto. Entro en un mundo donde el tiempo se detiene, donde el presente es una muestra fiel de la eternidad. Donde me hallo lleno de entusiasmo, alegría y deleite, incluso con la intensidad, el fuego interior y la interminable busca del yo de Kazantzakis. Entro en un lugar que es el más idóneo para el hombre.
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