El día que me
recibí de atleta
Fue hace muchos años, muchísimos, todo comenzó con el anuncio de una carrera pedestre, o de maratón como decíamos en aquella época, que según fuentes informadas del barrio se habría de realizar en Arrecifes organizada por el Banco Local; varios amigos, entre los que se destacaban Hugo Slawisky el “huguito” y Humberto Sanmartino o el “Gordo Beto” dos de mis grandes amigos de la infancia me sugirieron participar por que según ellos yo tenia mucha resistencia; esta visión o perspectiva que ellos tenian de mí se debia a que en el equipo de fútbol de nuestro querido barrio zona norte me gustaba jugar de mediocampista, de cinco, allí yo realizaba un gran despliegue físico corriendo como loco anticipando, recuperando y en algunas ocasiones hasta llegando al gol, pero de ahí a correr una competencia de 8 kilómetros de extensión…era para pensarlo, en el Club Vecinal Zona Norte, el maravilloso club de mi barrio había camisetas disponibles para aquellos que quisieran representarlo…En mi cabeza y en mi alma de niño fluctuaban diferentes sensaciones, por un lado los sueños propios de la edad: correr y ganarme toda la admiración de mis amigos y vecinos y por el otro el miedo a fracasar, a abandonar y hacer quedar mal a mi padre que seria el encargado de hablar en alguna reunión de comisión para que una de las mallas disponibles fuera para mi, esas gloriosas prendas habían sido utilizadas en alguna oportunidad en la que el club organizó una “maratón” por mis héroes del equipo de fútbol de primera división que ante algún desafío de ese tipo no dudaban en recoger el reto y se convertían en atletas, esos maravillosos corredores que siendo muy chico había visto pasar por la otra cuadra y reconocido desde lejos: “Mima” Oviedo, “Pirucho” Maderna, el “Sapo” Corvalán y el más destacado de todos “Pichingo” Amaya. Desde que me había enterado del evento y ante la insistencia de mis amigos para que corriera no podía dormir, para colmo de males mi padre me había dicho que en el club se comentaba que estaría participando el gran Alberto Ríos, atleta nativo de nuestra ciudad que siendo muy joven se había radicado en la capital y que además traería acompañándolo a varios corredores de San Lorenzo de Almagro y Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires que contaban con un plantel de corredores de aquellos! El maestro estaría en Arrecifes, ese deportista que tanto admiraba y al que no conocía sino por lo que había escuchado de el, si, yo largo me dije un día y se lo comenté a mis amigos y luego a mi padre. El “Gordo” Beto me cargaba, mirá cuando Rios que fue cuarto en San Silvestre vea a un negrito que trata de alcanzarlo… va a pensar-yo no sabia que traían gente de Brasil, soy bastante morocho se habrán dado cuenta y por eso la broma, “huguito” mientras tanto de diferente personalidad me alentaba y me daba confianza, yo te voy a acompañar en la “bici” cuando salgas a entrenar me decía y efectivamente, cuando junto a Oscar Larroca y “Piraña” Mendez que también iban a ser parte de la esperada carrera y que me llevaban varios años organizamos el primer entrenamiento allí estaba mi amigo el “garutti” otro apodo que tenia y que surgió de su padre que llamaba con ese nombre a cuantos se le cruzaban, Ricardo (ese era el nombre del padre de mi amigo) había sido un excelente boxeador, tal como lo seria después Hugo y en ese momento se dedicaba a preparar púgiles locales. Fue un buen entrenamiento “me la aguanté” como acostumbrábamos a decir los chicos de aquellos tiempos, pero Hugo volvió medio enojado con Oscar Larroca porque siendo mayor que yo en vez de ayudarme había tratado de “quemarme”, yo con cierta certeza de que podía completar la distancia, pero con todo el miedo y la angustia de fracasar por dentro. Una noche al regreso del club mi padre apareció con la gloriosa malla del Club Vecinal Zona Norte…probatelá me dijo, ah y antes de la carrera voy a hacer un sacrificio y te voy a comprar zapatillas nuevas ¡Que responsabilidad! Ya había dicho que si y otra vez todas mis dudas atravesaban mi mente y mi cuerpo ¿podré hacerlo? Pasó el tiempo y llegó la noche anterior al día de realización del evento, ahí exploté, me empecé a sentir mal, me dolía el estomago, me sentía débil, no sabia que me pasaba…Tomé algo de coraje y le dije a mi madre, mamá decile a papi que no me siento bien y que no voy a correr, mi madre me miró y me dijo ¡se va a enojar! ¡Lo hiciste hablar por la camiseta!...Si le contesté, es cierto, pero no me siento en condiciones de correr, mi madre habló inmediatamente con Don Lé, apodo que le había puesto mi cuñado Coco Maderna ¡para que! Se puso como loco, me vas a hacer quedar para la mier’ me dijo, que te pensás, para que me hiciste a hablar ¡Andate a dormir! Me fui a acostar ¿a dormir? Imposible, como para dormir. Amaneció me levanté temprano y me acerqué hasta el lugar donde mi padre había dejado la musculosa-ya se la habrá llevado pensé..pero no, ahí estaba esperandomé, ¿no la devolvió? pregunté a mi madre, no, me dijo que hoy la va a llevar ¡estaba enojadisimo!...miré a mi madre, miré la camiseta con franjas verticales color azul y amarillo, la tan querida y deseada malla del club…me quedé pensando y al final le dije a doña Dora, mi madre, bueno, voy a correr, pero si abandono no me digan nada! Llegó la noche, era una carrera nocturna, con mis amigos llegamos a la Municipalidad lugar de largada y llegada, debajo de mi ropa de todos los días llevaba puesto mi pantalón corto, la azul y amarilla del glorioso Zona Norte y calzando unas impecables Pampero color azul que mi padre me había comprado para que estrenara ese día, girando alrededor y dentro de la plaza vi a varios corredores, adultos de cuerpos esbeltos y trabajados, del susto que tenía ni se me ocurrió preguntar cuál de ellos era Alberto Ríos, aquella persona que tanto admiraba y deseaba conocer, comencé a trotar junto a Oscar Larroca el otro representante del club, al pasar junto al grupo de atletas que nos visitaban el lanzó de viva voz una provocación que ni a mí ni a mis amigos nos gustó para nada ¡Les falta entrenamiento de olla a ustedes! les gritó, una actitud y un gesto innecesario que me pusieron aún más nervioso, no voy a ahondar en detalles, se largó la carrera, las piernas no me respondían, tenia una sensación de debilidad como si hubiera estado con colitis toda la noche ¿donde estaban esa velocidad y resistencia de las que tanto me enorgullecía? Brillaban por su ausencia, como dicen los periodistas. Eran dos vueltas, pasó la primera y yo hasta el momento pese a mis malas sensaciones bastante bien ubicado en el pelotón que marchaba no muy lejos de la punta que encabezaba el mítico Alberto Ríos, entramos en la última vuelta, al pasar por la estación de servicio que estaba en la calle ancha hoy Dr Merlassino y ya a escasos 700 metros de la llegada escuche un grito de entre la gente que observaba el paso de la carrera ¡Ahora te quiero ver Tito!, Tito es el apodo por el que se me conoce desde niño, el que así se expresaba era Carlos Grieshaber o el “cala” por su entrañable fanatismo por el Club Platense y que a su vez era nuestro director técnico en un campeonato de inferiores que el mismo organizaba en la cancha del Club Huracán al que el “Huguito” me había llevado para que me “probaran”, no me gustó mucho eso pero no estaba en condiciones de contestar; Oscar Larroca al llegar al comienzo de la plaza realizó un sprint violento, yo ya me había conformado con poder completar la prueba y además mis piernas no me respondían, lo dejé ir y simplemente traté de recorrer los últimos metros como podía, clasificamos octavo y noveno, los premios eran hasta el puesto numero 8, así que quedé fuera de la premiación, no me importó para nada, con no recuerdo bien si trece o catorce años y dos días de entrenamiento había corrido una carrera de 8 kilómetros y ni había abandonado como temía y tampoco quedado entre los últimos. El regreso al barrio acompañado por mis amigos fue inolvidable: todo risas y alegría, me mimaban y alababan ¡Que grande negro! Lo escuché decir a Beto con sus acento aporteñado, los demás comentaban la carrera y me miraban con admiración, yo simplemente sonreía y les decia que no habia corrido bien, cosa que era cierta; menos mal contestaban sino ni Ríos se salvaba.
Dormí a los saltos esa noche, el cansancio, los nervios del día anterior producto de mi miedo a fracasar, tantas cosas pasaban por mi cabeza que se me hacia imposible conciliar el sueño; finalmente llegó la mañana, era domingo, como de costumbre mi madre me mandó a comprar las cosas necesarias para hacer la salsa que complementarían las pastas caseras, fideos, capelettis, ravioles o algunas de sus creaciones, todo amasado por ella. Por la tarde muchos vecinos se juntaron para jugar al futbol en nuestra cancha, cosa que ocurría cuando no había partidos, yo no pude con mi genio y me prendí en el picado y fue ahí que al intentar hacer una “chilena” sufrí el mas grande desgarro que haya padecido, en la ingle, Salí arrastrándome de la cancha, no podía pararme del dolor; mi padre que presenciaba el partido se acercó preocupado y entre el y un amigo me llevaron alzado hasta mi casa, me quería morir, quien me había mandado a jugar al fútbol en vez de haberme quedado disfrutando de lo hecho la noche anterior! Pasaron los días y fui mejorando ¡Nada de actividades físicas! había recomendado el medico, nada de correr y mucho menos jugar al fútbol!, por unos cuantos días le hice caso, a medias, no jugaba a la pelota, pero cuando nadie me veía corría, despacio pero corría. Veo que me estoy desviando de lo que concretamente quería contarles, mi relato se ha hecho demasiado extenso y quizás aburrido, por eso voy a resumirlo y llegar al hecho en sí, ocurrió unos días después cuando mi madre me mandó a la carnicería que quedaba cerca de casa, cuando llegué al lugar el dueño como de costumbre me miró mientras afilaba con la chaira esa cuchilla que utilizaba para cortar la carne y que a mi siempre me intimidó bastante, pero esta vez no me preguntó que iba a llevar, no, esta vez se quedó mirándome serio y callado por unos minutos y finalmente me interrogó…¿así que usted es el atleta? Lo escuché por la radio, por LVA, la emisora mencionada que funcionaba en circuito cerrado fue la primera que yo recuerde que hubo en Arrecifes, me quedé mudo ¡así que habían hablado de mi en la radio! Seguidamente me dio una serie de consejos propios de las personas mayores de aquellas épocas, bueno pibe, si va hacer deporte hágalo en serio, nada de cigarrillos, alcohol o trasnochadas, si usted tiene disciplina y constancia va a llegar a hacer algo, sino le va a pasar como a tantos otros que con muchas condiciones nunca llegaron a nada, ¡por vagos! recalcó. Seguí callado, balbucee un hasta luego “Don Pancho” y salí a la calle, el carnicero me había llamado atleta, escucharon mi nombre por la radio…rápidamente llegué a mi casa, tiré la bolsa con los huesos conque mi madre haría el puchero y crucé la calle de tierra que separaba nuestra casa de la cancha de Zona en el aire, mis piernas me impulsaban como nunca, me habían llamado ¡Atleta! me puse como loco a dar vueltas alrededor de la cancha, cada vez más rápido, al pasar por el lado que da a la calle San Martin escuché una voz que me decia: alargue el paso “pibito”, alargue el paso, era el papa de “huguito”, Ricardo el boxeador, que apoyado sobre la pared de su casa junto a su esposa Rosa me alentaba, intenté hacerlo y fui tan grotesco y a mi me pareció que hasta ridículo que me dio vergüenza, pero seguí intentandoló…pensar que soy tan “cargoso” con mis atletas tratando de inculcarles los beneficios de una buena técnica y yo en mi afán de hacerle caso a Ricardo parecía un canguro; volví a pasar frente a ellos y otra vez escuché el grito de Ricardo que sonreia al ver mis dificultades pero seguía repitiéndome: estire el paso “pibito”, estire el paso…estire el paso “pibito”, estire el paso…Han pasado muchos años de aquel día, pero recuerdo todo como si fuera hoy, ese inolvidable día en que fui declarado ¡Atleta! por “Pancho”, el querido y respetado carnicero de la vuelta de mi casa.
Dormí a los saltos esa noche, el cansancio, los nervios del día anterior producto de mi miedo a fracasar, tantas cosas pasaban por mi cabeza que se me hacia imposible conciliar el sueño; finalmente llegó la mañana, era domingo, como de costumbre mi madre me mandó a comprar las cosas necesarias para hacer la salsa que complementarían las pastas caseras, fideos, capelettis, ravioles o algunas de sus creaciones, todo amasado por ella. Por la tarde muchos vecinos se juntaron para jugar al futbol en nuestra cancha, cosa que ocurría cuando no había partidos, yo no pude con mi genio y me prendí en el picado y fue ahí que al intentar hacer una “chilena” sufrí el mas grande desgarro que haya padecido, en la ingle, Salí arrastrándome de la cancha, no podía pararme del dolor; mi padre que presenciaba el partido se acercó preocupado y entre el y un amigo me llevaron alzado hasta mi casa, me quería morir, quien me había mandado a jugar al fútbol en vez de haberme quedado disfrutando de lo hecho la noche anterior! Pasaron los días y fui mejorando ¡Nada de actividades físicas! había recomendado el medico, nada de correr y mucho menos jugar al fútbol!, por unos cuantos días le hice caso, a medias, no jugaba a la pelota, pero cuando nadie me veía corría, despacio pero corría. Veo que me estoy desviando de lo que concretamente quería contarles, mi relato se ha hecho demasiado extenso y quizás aburrido, por eso voy a resumirlo y llegar al hecho en sí, ocurrió unos días después cuando mi madre me mandó a la carnicería que quedaba cerca de casa, cuando llegué al lugar el dueño como de costumbre me miró mientras afilaba con la chaira esa cuchilla que utilizaba para cortar la carne y que a mi siempre me intimidó bastante, pero esta vez no me preguntó que iba a llevar, no, esta vez se quedó mirándome serio y callado por unos minutos y finalmente me interrogó…¿así que usted es el atleta? Lo escuché por la radio, por LVA, la emisora mencionada que funcionaba en circuito cerrado fue la primera que yo recuerde que hubo en Arrecifes, me quedé mudo ¡así que habían hablado de mi en la radio! Seguidamente me dio una serie de consejos propios de las personas mayores de aquellas épocas, bueno pibe, si va hacer deporte hágalo en serio, nada de cigarrillos, alcohol o trasnochadas, si usted tiene disciplina y constancia va a llegar a hacer algo, sino le va a pasar como a tantos otros que con muchas condiciones nunca llegaron a nada, ¡por vagos! recalcó. Seguí callado, balbucee un hasta luego “Don Pancho” y salí a la calle, el carnicero me había llamado atleta, escucharon mi nombre por la radio…rápidamente llegué a mi casa, tiré la bolsa con los huesos conque mi madre haría el puchero y crucé la calle de tierra que separaba nuestra casa de la cancha de Zona en el aire, mis piernas me impulsaban como nunca, me habían llamado ¡Atleta! me puse como loco a dar vueltas alrededor de la cancha, cada vez más rápido, al pasar por el lado que da a la calle San Martin escuché una voz que me decia: alargue el paso “pibito”, alargue el paso, era el papa de “huguito”, Ricardo el boxeador, que apoyado sobre la pared de su casa junto a su esposa Rosa me alentaba, intenté hacerlo y fui tan grotesco y a mi me pareció que hasta ridículo que me dio vergüenza, pero seguí intentandoló…pensar que soy tan “cargoso” con mis atletas tratando de inculcarles los beneficios de una buena técnica y yo en mi afán de hacerle caso a Ricardo parecía un canguro; volví a pasar frente a ellos y otra vez escuché el grito de Ricardo que sonreia al ver mis dificultades pero seguía repitiéndome: estire el paso “pibito”, estire el paso…estire el paso “pibito”, estire el paso…Han pasado muchos años de aquel día, pero recuerdo todo como si fuera hoy, ese inolvidable día en que fui declarado ¡Atleta! por “Pancho”, el querido y respetado carnicero de la vuelta de mi casa.