Quieres sentirte mejor, aumenta tu actividad física. Este es el titulo de la columna que a diario publica Carlos Garat, periodista del Diario la Opinión de Pergamino. Nosotros seguidores de la misma nos tomamos el atrevimiento de insertarla en nuestra pagina porque la consideramos adecuada para colaborar en la difusión de la practica deportiva como medio de mantenerse sano y en buena forma.
“La verdadera enfermedad es la inactividad”, expresa el artículo que el columnista semanal expone a continuación. Los ancianos se atrofian por una discapacidad progresiva, porque no realizan ejercicios físicos y la solución que les ofrece la sociedad actual son fármacos, la medicina de la polipíldora, cuando en realidad el problema son los hábitos.
El ejercicio físico diario es la mejor fórmula para combatir las consecuencias de la inactividad.
Por Carlos Garat.
Para la redacción de LA OPINION
Leyendo unos artículos me encontré con un trabajo del doctor Serra Rexach que transcribo textualmente porque me pareció muy interesante y deseo compartirlo con ustedes. “Jerry Morris demostró hace más de 50 años que el ejercicio era bueno para la salud con un estudio publicado en The Lancet, en el que se observaba cómo morían mucho más jóvenes los conductores de los autobuses de Londres, todo el día sentados ante el volante, que los cobradores de los mismos, que no paraban de moverse, escaleras arriba y escaleras abajo, cobrando a los pasajeros.
La verdadera enfermedad es la inactividad. El horror a envejecer no nace del miedo a morirse, sino del miedo a la incapacidad, a la pérdida de independencia, a lo que no curan los fármacos», afirma José Antonio Serra, director del Departamento de Geriatría del Hospital Gregorio Marañón, y Alejandro Lucía, catedrático de Fisiología del Ejercicio de la Universidad Europea de Madrid.
“Los ancianos se atrofian por una discapacidad progresiva, se atrofian porque no se mueven, porque hace un invierno frío y no salen de casa, porque viven en un cuarto sin ascensor y están recluidos, porque llegan al hospital andando con una neumonía y pasan 15 días en cama y salen con la neumonía curada pero en silla de ruedas, las piernas ya no los sujetan y no se levantan más. Y la solución que les ofrece la sociedad son fármacos, cuando el problema son los hábitos.
Seguimos las directrices de la industria. Es la medicina de la polipíldora. Serra habla de cómo la industria farmacéutica está investigando para dar con una pastilla contra la atrofia muscular, un intento más cuando aún está de moda la hormona del crecimiento, considerada en muchos geriátricos de alto standing como la píldora de la eterna juventud, o la testosterona. Ambas hormonas sintéticas comenzaron a ganar su prestigio, paradójicamente, gracias a la lucha contra el dopaje en el deporte: si convierten a deportistas normales en máquinas, ¿qué no van a poder hacer con los ancianos?”
Podría haber mencionado también Serra la eritropoyetina sintética, la mítica EPO. Sintetizada por ingeniería genética por primera vez a finales de los ochenta. La EPO, una hormona que dirige la fabricación de glóbulos rojos, que transportan el oxígeno en la sangre para alimentar a los músculos, transformó durante décadas a mulas laboriosas en pura sangre del deporte, sobre todo en especialidades de resistencia.
Es cierto que cambió la vida, para mejor, de los enfermos de riñón sometidos a diálisis, que pudieron olvidarse de las engorrosas y peligrosas transfusiones de sangres. Pero concomitantemente, mejoró también el rendimiento de los ciclistas hasta límites con los que no podían soñar y a partir de ahí, se aprobó su uso también para todo tipo de enfermos -cardíacos, oncológicos- que desarrollaran anemias. Si los ciclistas van mil veces mejor con un hematocrito de 50 que con uno de 40, ¿no será mejor uno de 40 para los enfermos que uno de 30, que les permite moverse lo justo?
No, fue la respuesta hace unos meses de la Food and Drugs Administration (FDA), el organismo de control farmacéutico de Estados Unidos. En una revisión profunda de ensayos y estadísticas tras 20 años de EPO, llegó a la conclusión de que no sólo no era verdad la hipótesis de que a más hematocrito mejor calidad, sino que, incluso, una elevación rápida y excesiva de hematocrito mediante inyecciones de EPO provocaba mayor mortalidad.
“Aunque aumente el transporte de oxígeno, la EPO no aumenta necesariamente el consumo de oxígeno, el volumen máximo (VO2 máximo) de los no deportistas, y menos aún de los sedentarios. En ellos el VO2 máximo es índice de su calidad y esperanza de vida, que sólo se aumenta mediante el entrenamiento, el ejercicio», dice Alejandro Lucía. «Así que la EPO no aumenta la calidad de vida, porque aunque aumente la cantidad de oxígeno en sangre, si no hay músculos a los que alimentar, ¿para qué hace falta el oxígeno?». Para hacer músculo hay que mover las piernas.
El estudio con los 40 nonagenarios (32 mujeres y 8 hombres) se desarrolló durante ocho semanas en la residencia Los Nogales, en Madrid. Aleatoriamente se los dividió en dos grupos de 20, uno hizo de control y otro se sometió a tres sesiones semanales de ejercicios de fuerza, fundamentalmente prensa de piernas, en la que se iba incrementando la resistencia. El grupo entrenado mostró un aumento del 17% en fuerza muscular en las piernas, mientras que en el de control decreció. «Y el aumento sólo lo medimos a partir de una semana de trabajo en la que los sujetos se familiarizaron con la técnica de la máquina. Si no, habría sido más espectacular», dice Serra. «Además, también es muy importante otro resultado: en el grupo de entrenados se produjeron después menos caídas que en el de control y ellos, subjetivamente, se sintieron mucho mejor. Acostumbrados a comprobar cómo envejecer equivale a perder, a ser cada día menos capaces, vieron cómo podían ganar. Y unas semanas después», dice Alejandro Lucía, «aún se mantenía la mejora: había aumentado su diferencia».
“Tal fue el éxito, que por la tarde teníamos que cerrar el gimnasio. Los del grupo de control no entendían por qué no les dejábamos hacer ejercicio y se colaban para machacarse por su cuenta.
“Los ancianos mueren principalmente del corazón y de cáncer. El primer paso contra ello no son las pastillas sino el ejercicio. Sólo con andar se previene la enfermedad y cuando golpea es menos grave: a igualdad de factores de riesgo, quienes más se mueven mueren más tarde. Nunca es tarde para empezar con hábitos saludables, ni siquiera después de los 90 años».
En mi experiencia personal, ver al doctor Luis Angel Galizia con 81 años correr competencias de 10 kilómetros o presentar su reciente libro “El Manual del Atleta” luciendo un estado físico y una lucidez envidiable o a mi padre con 87 años continuar trabajando en su profesión o subir 9 pisos por la escalera, o levantar un bidón de agua de 10 litros del piso y llevarlo al dispenser sobre la mesada, me hace coincidir plenamente con la opinión de los doctores Serra y Lucía.
La Opinion de Pergamino
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